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Ir a Marte.

Desde pequeños aprendemos a reconocer la importancia de ser respetuosos, de no herir gratuitamente los sentimientos de los demás, pero continúa pujante la necesidad de decir lo que pensamos. Así que, frente al silencio, el eufemismo podría ser una solución cortés; un compromiso entre represión y deseo. Por eso decimos que una persona es robusta, y no gorda, o que alguien está pasado de copas, porque no merece ser llamado borracho. Sin embargo, el ámbito político nos muestra a diario el lado putrefacto de este recurso, donde no avergüenza decir que los impuestos no suben sino que se cambia la ponderación y abundan expresiones como movilidad exterior, en lugar de exilio, o indemnizaciones en diferido, en lugar de pufo. Ahí el eufemismo es sinónimo de mezquindad y, por irrespetuoso, nos invita a apartar la nariz. 


El eufemismo es sinonimo de mezquindad y, por irrespetuoso, nos invita a apartar la nariz.



En el día a día también recurrimos a usos que delatan nuestra incapacidad para afrontar algunas situaciones; ocurre cuando nos expresamos mediante préstamos de baja estofa, como tolerancia cero, interrupción del embarazo o persona de la tercera edad. Y la palma se la llevan las insurgencias de sexo y muerte. En estos casos, no faltará alguien del entorno que nos invite a cambiar de tema y, si llegamos a pronunciarlo, es muy probable que recurramos a expresiones como hacer el amor o acostarnos y descansar en paz o fallecer. Apartamos la nariz.


Toda esta contaminación del lenguaje es persistente y busca colarse en lo que escribimos. De manera que, si no queremos reproducir la cobardía de estos clichés, conviene detectar los eufemismos, para aceptarlos, eliminarlos, criticarlos o mofarnos de ellos, según se nos antoje más acorde con nuestro carácter. Aun así, queda el riesgo de caer en el peor de los eufemismos, aquel que cubre toda la historia, cuando eludimos abordar las cuestiones que nos preocupan íntimamente y nos dejamos arrastrar a mundos ajenos. Es la manera más rotunda de apartar la nariz.



Otra variante sutil del texto evasivo consiste en no definirse y bailar entre aguas. Para ello se recurre a dos ideas: 1) todo es relativo, fórmula perfecta para zafarse, que además tiene el doble filo de servir para minimizar lo intolerable, y 2) que cada palo aguante su vela, símbolo de la atomización de la sociedad. Ambas ideas tienen la ventaja de no requerir argumentación, porque no son cuestionadas, encuentran el asentimiento general e incluso reconfortan (como que estamos ante dos de las premisas del pensamiento único contemporáneo). Demasiados artículos de opinión, por ejemplo, están escritos desde la aparente amplitud de miras de la neutralidad.  

El escritor es un vigía atento a su tiempo.


El escritor es un vigía atento a su tiempo. Puede llevarse su historia a Marte, pero en la nave, dentro de cada uno de los trajes de cosmonauta, viajarán los miedos y deseos que convertirán a ese mundo nuevo en un escenario humano real, tal como hizo Ray Bradbury en sus Crónicas marcianas. Tal vez sea más cómodo evadir las cuestiones importantes y escribir acerca de margaritas y personajes aromatizados, pero ¿y si nos atrevemos a oler la verdad?