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El viaje y los pioneros del invento fotográfico.

La fotografía de viaje emerge apenas unos años después de la invención de la fotografía, en enero de 1839, cuando William Henry Fox Talbot, en Inglaterra, y Louis-Jacques-Mandé Daguerre, en Francia, expusieron sus métodos de hacer fotografías descubiertos casi en paralelo. Se hacía realidad un sueño compartido por escritores y artistas.







La invención de la fotografía abrió grandes expectativas sobre lo que este nuevo sistema gráfico podría aportar, tanto a la difusión del conocimiento, como a la labor de los que desarrollaban actividades en el campo de la ciencia y el estudio. También se reconoce en la fotografía un medio para testimoniar las actividades humanas, ilustraciones que se incorporaron paulatinamente al libro y las publicaciones periódicas.


Durante el siglo XIX, las escasas oportunidades de viajar hicieron que entornos de paisajes lejanos se convirtieran en documento y objetivo de muchos fotógrafos, que los divulgaron a través de la venta y publicación de imágenes, y que estimularon a su vez la curiosidad de los viajeros de la época. Los motivos de esta fotografía eran paisajes y arquitecturas, a las que se unían reproducciones de obras de arte, monumentos, colecciones de vistas relativas a viajes y expediciones, y sucesos de su tiempo, con el fin de informar a la población.

Ya en el ecuador del siglo XIX existe un material fotográfico muy variado, de múltiples usos y procedencias. Talbot puede considerarse el precursor del fotorreportaje, el primero en documentar fotográficamente sucesos de actualidad. Su amigo y colega, Calvert Richard Jones, fue uno de los primeros en crear estudios panorámicos de paisajes y arquitecturas capturados a partir de parejas de negativos, a los que llamaba imágenes dobles.

Aquellos fotógrafos viajeros inmortalizaron en blanco y negro distintos rincones de Europa, Próximo Oriente o África. Autores anónimos o nombres decanos de la fotografía documental, fueron los precursores del tratamiento del viaje en el medio fotográfico y nos dejaron un notable legado, un relato visual y literario de una Europa color sepia que sirvió de estímulo a viajeros imaginarios.


Los más prestigiosos fotógrafos del XIX, como Herbert, Laurent, Nadar o Debas, capturaron en el formato de la época, la carte de visite, además de retratos, instantáneas de ciudades lejanas, rincones urbanos y parajes naturales. Con la aparición de la fotografía estereoscópica o imagen tridimensional, y otros nuevos formatos, ampliaron el repertorio de vistas de ciudades y pueblos distantes y, por tanto, exóticos.

Estos pioneros de la fotografía, que recorrían lugares históricos animados por la pasión hacia las culturas antiguas que ya un siglo antes caracterizaba a los diletantes del Grand Tour, contribuyeron a difundir en el imaginario colectivo imágenes de ciudades legendarias, en el espíritu romántico del Gran Viaje, popularizado sobre todo por la literatura inglesa, y predecesor del turismo moderno. Las visitas a Italia, Francia y España eran cosa común para estos primeros fotorreporteros, si bien otros fotógrafos viajeros decidieron recorrer lugares más lejanos y menos accesibles.

Desde las Excursions daguerriennes y los aficionados a la fotografía seriada, desde Jornard, Clifford, Laurent y Hauser y Menet, las sales de plata capturaban para compradores y coleccionistas cientos de imágenes de ciudades míticas que se distribuían por toda Europa. El fotógrafo británico, Burton Norton, viajó por el continente europeo realizando instantáneas y nos legó un archivo visual de indudable interés. Supuestamente, le acompañaba su ayudante, W. G. Jones, que describió el periplo en unos textos que narran las imágenes de Norton. En ellos se filtran reflexiones históricas, personajes como Petrarca o Shakespeare, y lugares emblemáticos como el Panteón romano. Jones afirmaba: Burton siempre guardaba un espacio para el escepticismo. Desconfiaba, digamos, de la autenticidad de lo que veíamos por Europa. Su trabajo podría considerarse un ensayo sobre la fotografía documental y su lenguaje, y sobre la integración armónica entre textos e imágenes.






En el seno de las grandes ediciones de álbumes de viajes y expediciones fotográficas que dan a conocer el patrimonio histórico de diferentes países, podríamos destacar a los franceses Jean Laurent y Jean David. Sus obras testimonian el interés de aquellos fotógrafos, activos a mediados del XIX, por captar el paisaje y los monumentos de otras regiones. De Jean Laurent, que instala su estudio en Madrid en 1857 y crea una portentosa empresa fotográfica, se conservan albúminas de gran valor documental, fechadas en la década de los años sesenta del XIX, sobre ciudades, arte y monumentos españoles. En cuanto a los álbumes de viajes firmados por Jean David, destaca el que contiene vistas de Italia (ca. 1866), con espectaculares imágenes de panoramas urbanos predominantemente venecianos.

En el círculo de fotógrafos ingleses, hay que hacer alusión a las vistas españolas de Charles Clifford, y a Roger Fenton, que nos dejó imágenes impactantes de Inglaterra, Escocia o Gales. En 1852, durante una expedición a Kiev, Fenton realizó las primeras fotografías conocidas hasta la fecha de Moscú y San Petersburgo. Del mismo modo, uno de los primeros fotógrafos que hizo fotografías pensadas para atraer a los viajeros fue Robert McPherson, cuyas tomas de los edificios romanos y de los alrededores de la ciudad se encuentran entre las producciones arquitectónicas más distinguidas del siglo XIX. En su estudio de Roma podían adquirirse estas fotografías únicas, por lo que se anticipó a los modernos puestos de vendedores de postales. A mediados del siglo XIX, Henri Le Secq, fue seleccionado por la Commission des Monuments Historiques como fotógrafo integrante de la Mission Hélografique, agencia promovida por el gobierno francés que generó un ingente repertorio fotográfico de la arquitectura histórica de Francia. Hacia 1855, la mirada del británico James Robertson nos regaló numerosas vistas de Atenas, la Acrópolis y el Partenón, así como un archivo fotográfico de Constantinopla y otros lugares históricos del Mediterráneo, como Malta, Damasco, o Egipto.

El literato y fotógrafo británico Frederick H. Evans, fascinado por la arquitectura y el arte medieval, tomó la catedral como tema central de sus creaciones literarias y fotográficas, al igual que sus coetáneos, los escritores Victor Hugo y J. K. Huysmans. Provisto de su cámara y negativos de vidrio, inmortalizó muchas de las catedrales más bellas, como las de Rheims o Durham. En España, entre las primeras fotografías de viajes realizadas durante el siglo XIX, podemos citar las del fotógrafo alemán Agust F. Oppenheim, alumno de Gustave Le Gray, realizadas en 1852; y las de Auguste Muriel o Robert Peters Napper, tomadas en Andalucía. Es el mito romántico de la Alhambra, tantas veces protagonista de la literatura y la fotografía, el que hace de Granada y el palacio nazarí uno de los lugares españoles más fotografiados. No deja de ser paradójico que en el momento más decadente de la Alhambra, cuando degeneró en un rincón marginal de la ciudad y su arquitectura se hallaba sumida en el abandono, los viajeros extranjeros acudieran a ella erigiéndola en uno de los conjuntos arquitectónicos más legendarios. Uno de los fotógrafos que inmortalizó detalles del complejo nazarí fue Gustave de Beaucorps, viajero aristócrata aficionado a la arqueología y especializado en arte islámico.




Todas estas imágenes han servido para conocer el pasado perdido de los monumentos y sustentar hipótesis sobre su estado remoto. En el cambio al siglo XX la tarjeta postal desempeñó una labor fundamental al popularizar otros lugares históricos en el imaginario colectivo. La industria floreciente de venta de postales mostraba panorámicas geográficas o sitios monumentales que resultan de gran utilidad, tanto para la investigación del pasado, como para conocer cómo se produjo la recepción popular de las imágenes.

Estos diarios visuales recogen las impresiones sobre paisajes y lugares remotos, a la vez que transmiten las emociones silenciosas generadas en su día por el encuentro de la cámara con estos territorios. También favorecen la reflexión sobre el paisaje y la arquitectura en la que destaca la atención a los elementos latentes y simbólicos que entran en juego, tanto en su configuración, como en su percepción.

A lo largo del siglo XX y lo que llevamos del XXI, los fotógrafos no han cesado de recorrer los cinco continentes para mostrar su particular visión del mundo explorando espacios contemporáneos; han seguido profundizando en la definición del viaje y en las diversas formas que este toma en función de la diversidad de viajeros, trayectos, intervalos y destinos existentes. En los intereses de los fotógrafos contemporáneos se aprecia, sin embargo, la atención por otro tipo de viajes, itinerarios vitales como el viaje a la memoria o el viaje interior, pasando lógicamente por los desplazamientos a tierras extrañas, bien por placer, o por causas ajenas a su voluntad, ya sean sociales, políticas o económicas. El viaje propuesto por los creadores actuales aborda lo exterior, si bien se trata realmente de un viaje al interior.



Este viaje al mundo nos hace revivir momentos de intensa emoción de la mano de los fotógrafos, unos compañeros de viaje de todas las épocas y procedencias. Todos ellos atestiguan la evolución de la fotografía, que funciona como metáfora de un viaje hacia territorios vagamente explorados, desde 1839 hasta nuestros días.